A un lustro de María

Una mañana como hoy hace cinco años estaba escuchando a Ada Monzon en WIPR radio cuando de repente la transmisión se cortó. Todavía yo no lo sabía, pero la antena de la estación había salido volando junto al radar meteorológico que estaban usando para monitorear la tormenta.

Recuerdo como ahora el terror que sentí cuando empecé a buscar otra estación y… nada. NADA. Silencio total, solo estática. Nunca me había sentido tan sola en mi vida.

Por un momento pensé que el radio AM/FM de batería que me había comprado después del Apagón de Agapito me había dejado a pie, pero no. Después de varios intentos logré encontrar la señal de WAPA Radio. Me volvió el alma al cuerpo, al menos un poquito.

El socio y yo pasamos las próximas seis horas escuchando a Luis Penchi junto a Ismael Torres mientras baldeábamos sin parar el agua que entraba como cascada por la puerta de una terraza que tengo en el segundo piso.

Al final, a nosotros no nos fue mal. Pero eso tampoco lo sabíamos todavía.

Las únicas pérdidas físicas fueron el árbol de pana, dos robles amarillos preciosos y el buzón que quedó aplastado por uno de ellos. No se nos fue el agua porque nos llega por gravedad. Estuvimos dos meses y medio sin luz, pero resolvimos la nevera y un abanico con la planta del vecino y un cable largo.

Con esfuerzo y persistencia (y bastantes chavitos) después de casi un mes logré mandar a mi mamá para casa de mi hija en los Estados Unidos. Nunca olvidaré el llanto de despedida entre los que abordaban el avión y las caras de estoicismo entre los que quedaban. Caras que solo duraban hasta que el avión despegaba, entonces los sollozos se escuchaban por todo el terminal.

Cuando empezó el correo a funcionar unos amigos me enviaron una batería con un panelito solar que conectaba 4 bombillas y cargaba el celular; de tan solo recordarlo me lleno de emoción.

Durante los meses después de María aprendí muchas cosas prácticas…

…Que más te vale llevarte bien con tus vecinos y con la muchachería del barrio porque son los ellos los que te van a resolver para salir de tu casa cuando tienes un árbol bloqueándote la puerta, te van a tirar un cable o te van a traer aguacates, guineos o plátanos para alegrar un arrocito con salchichas.

… Que nunca se debe esperar hasta lo último para echarle gasolina al carro, buscar el ‘refill’ de las pastillas, sacar cash de la ATH, comprar dos galones de agua más y echar en el carrito otro paquete de baterías AA y D.

… Que no te vas a morir por bañarte con agua fría de un candunguito ni por lavar a mano, aunque joda.

… Que al colmadito del barrio hay que patrocinarlo siempre, porque es solo ahí donde te van a resolver con una bandejita de carne fresca o caderas de pollo cuando la calle está difícil. Igual con la farmacia de la comunidad.

Por muchísimo tiempo me sentí culpable por cargar con tanto trauma cuando en realidad nosotros salimos ilesos. Pensé que yo no tenía justificación para que se me salieran las lágrimas con tan solo hablar del periodo después de huracán.

¿Qué razón tenía yo para sufrir, si algunos lo perdieron todo mientras yo nada? ¿Cómo podía estar triste yo, si a mí no se me murió un viejito en los brazos por el calor? ¿De qué angustia estaba yo hablando, si a los míos no les faltó diálisis, insulina u oxígeno? ¿De qué escasez me podía quejar si a nosotros no nos faltó comida ni estufa para cocinarla? ¿Si la única agua que cargué fue para otras personas? ¿Cómo admitir hasta hace poco que la lluvia me causaba insomnio, si no fue a mí a quién sacaron de la urbanización en bote o con helicóptero del techo?

Sentía que mis circunstancias, y el privilegio inherente a ellas, invalidaban la dificultad de la experiencia y el trauma. Hasta vergüenza me daba hablar del asunto. Pero como en todo, el primer paso para sobreponerse a cualquier situación es reconocerla.

La verdad es que yo, al igual que TODOS los puertorriqueños, residentes y diasporados por igual, quedamos marcados por el huracán. Todos cargamos trauma a mayor o menor grado. Los sentimientos y las experiencias son personales: no se pueden comparar, no tienen una magnitud medible. Simplemente son.

Creo que fue durante la gran marcha que empecé a sanar. Cuando me uní a la multitud para reclamar con mi voz por las 4,645 voces que ya no podían hacerlo. Cuando dejé de minimizar mi experiencia y me permití sentir la pérdida colectiva. Cuando recordé que todos somos uno.

Todavía no puedo evitar que cuando oigo la voz de Penchi me embargue la tristeza de aquel momento, pero ahora está acompañada de un profundo agradecimiento. No sé qué hubiese sido de esta isla si la antena de WAPA se hubiese ido a juste y si Penchi e Ismael no nos hubiesen acompañado esas primeras 48 horas. Se crecieron ante sus circunstancias. En mi libro siempre estarán inscritos como Héroes de la Patria.

Los dejo con mis 2¢: Yo no sé ustedes, pero yo ya le estoy empezando a encontrar el humor a par de cosas que pasaron en ese periodo oscuro. Ya se me sale una risita boba cuando se toca el tema en vez de esmelenarme a llorar. Me parece una señal clara de que ya hemos comenzado a sanar colectivamente, ojalá y así sea.

(Escrito antes del paso del Huracán Fiona por la isla.)

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